He descubierto que son pocas las personas con imaginación que no sean dignas de atención. Sus ideas pueden estar equivocadas, pueden incluso ser estúpidas, pero sus métodos frecuentemente merecen un estudio más minucioso. Hay pocas pasiones honradas que no se basen en alguna percepción de una unidad válida o en alguna anomalía digna de mención.
Stephen Jay Gould, El viejo loco de Randolph Kirkpatrick, en El pulgar del panda, Ed. Crítica, 2007.
Esto decía el bueno de Stephen Jay Gould acerca de un científico muy perspicaz, pero muy equivocado.
Es lo que creo que sobra en Invasores: personas con imaginación y pasiones honradas (o no tanto, dependiendo de con qué vara midamos eso).
Y en Invasores se las toma en serio como personas, porque pueden estar equivocados, pero no dejan de ser lo que son: gente apasionada con imaginación.
Generalmente se encuentran dos tipos de libros sobre "ufología". El primero es el de los fanáticos, los crédulos, los convencidos. Puede que sean hechos con sinceridad o con afán de lucro, pero alimentan un hecho concreto, como es la necesidad humana de completar las líneas de puntos. Esa necesidad de encontrar una explicación, cualquiera, por delirante que sea, llevó al arquetipo del inductivismo popular, Sherlock Holmes, a afirmar "una vez descartado lo imposible, lo que queda, por improbable que parezca, debe ser la verdad" (extrapolando a la cantidad de fenómenos no explicables de la naturaleza, de nuevo depende de dónde pongamos la vara, esta vez en el espectro de lo imposible a lo improbable). Estos textos se realimentan en una suerte de subconjunto de biblioteca de Babel, donde libros sobre ovnis citan la autoridad de previos libros sobre ovnis, escritos también por convencidos o chantas profesionales. Nada da más autoridad que citar un libro (tómese el inicio y el final de este escrito como ejemplo).
El segundo tipo es el escrito por escépticos. Acá se exponen los hechos, fríos, absolutos. Usualmente con el respaldo de un conocimiento científico por encima del promedio, o la simple lógica, o con la aplicación consciente del método científico con un poco más de rigor que los ufólogos, se destrozan esas teorías, algunas hermosamente elaboradas, que arraigan en la mente de los convencidos. Personas que son arrastradas al papel sólo para exponerlas como ejemplo de insinceridad o de demencia, con la ligera soberbia de la ironía, de la altanería que un conocimiento científico "superior" les provee.
¡Ojo! Que quede claro que no es una crítica a los destructores de mitos inútiles (hago esta calificación porque sobre la utilidad de los mitos en una sociedad se puede debatir largo y tendido), que hacen un trabajo no sólo necesario, sino indispensable para evitar la difusión de modos de pensamiento acientífico que sólo sirven para estupidizar a la gente. Una tarea que se volvería innecesaria con una mejor enseñanza de ciencias en la escuela, que promoviera en todos el espacio para la duda científica y el escepticismo sano que conlleva. Es sí una crítica a su modo de tratar a estas personas imaginativas y apasionadas. Parecen tener más respeto por el chanta que inventa con malicia para aprovecharse de los crédulos que de los que dejan que su imaginación los lleve a unir las líneas de puntos con elaboraciones magníficas.
Invasores es ajeno a esta somera clasificación, es de un tercer tipo: el del contacto directo con las personas, estos alienígenas en la Tierra. No busca ponerlas en ridículo, del que dicen que no se vuelve, si no entenderlas desde sus propias vivencias y desde su entorno. El tan mentado contexto que nos determina o nos libera a todos. Hay historias humanas ahí. Incluso, la de Alejandro Agostinelli, un tipo que sabe más de todo que sus entrevistados, pero los escucha para aprender eso que ellos saben y él no. Con humildad, haciendo que el ridículo que el escéptico profesional mete por la puerta, huya por la ventana ante una humanidad innegable.
Escribo demasiado, así que cierro con la parte que antecede y la que sigue a la cita de apertura:
Es lo que creo que sobra en Invasores: personas con imaginación y pasiones honradas (o no tanto, dependiendo de con qué vara midamos eso).
Y en Invasores se las toma en serio como personas, porque pueden estar equivocados, pero no dejan de ser lo que son: gente apasionada con imaginación.
Generalmente se encuentran dos tipos de libros sobre "ufología". El primero es el de los fanáticos, los crédulos, los convencidos. Puede que sean hechos con sinceridad o con afán de lucro, pero alimentan un hecho concreto, como es la necesidad humana de completar las líneas de puntos. Esa necesidad de encontrar una explicación, cualquiera, por delirante que sea, llevó al arquetipo del inductivismo popular, Sherlock Holmes, a afirmar "una vez descartado lo imposible, lo que queda, por improbable que parezca, debe ser la verdad" (extrapolando a la cantidad de fenómenos no explicables de la naturaleza, de nuevo depende de dónde pongamos la vara, esta vez en el espectro de lo imposible a lo improbable). Estos textos se realimentan en una suerte de subconjunto de biblioteca de Babel, donde libros sobre ovnis citan la autoridad de previos libros sobre ovnis, escritos también por convencidos o chantas profesionales. Nada da más autoridad que citar un libro (tómese el inicio y el final de este escrito como ejemplo).
El segundo tipo es el escrito por escépticos. Acá se exponen los hechos, fríos, absolutos. Usualmente con el respaldo de un conocimiento científico por encima del promedio, o la simple lógica, o con la aplicación consciente del método científico con un poco más de rigor que los ufólogos, se destrozan esas teorías, algunas hermosamente elaboradas, que arraigan en la mente de los convencidos. Personas que son arrastradas al papel sólo para exponerlas como ejemplo de insinceridad o de demencia, con la ligera soberbia de la ironía, de la altanería que un conocimiento científico "superior" les provee.
¡Ojo! Que quede claro que no es una crítica a los destructores de mitos inútiles (hago esta calificación porque sobre la utilidad de los mitos en una sociedad se puede debatir largo y tendido), que hacen un trabajo no sólo necesario, sino indispensable para evitar la difusión de modos de pensamiento acientífico que sólo sirven para estupidizar a la gente. Una tarea que se volvería innecesaria con una mejor enseñanza de ciencias en la escuela, que promoviera en todos el espacio para la duda científica y el escepticismo sano que conlleva. Es sí una crítica a su modo de tratar a estas personas imaginativas y apasionadas. Parecen tener más respeto por el chanta que inventa con malicia para aprovecharse de los crédulos que de los que dejan que su imaginación los lleve a unir las líneas de puntos con elaboraciones magníficas.
Invasores es ajeno a esta somera clasificación, es de un tercer tipo: el del contacto directo con las personas, estos alienígenas en la Tierra. No busca ponerlas en ridículo, del que dicen que no se vuelve, si no entenderlas desde sus propias vivencias y desde su entorno. El tan mentado contexto que nos determina o nos libera a todos. Hay historias humanas ahí. Incluso, la de Alejandro Agostinelli, un tipo que sabe más de todo que sus entrevistados, pero los escucha para aprender eso que ellos saben y él no. Con humildad, haciendo que el ridículo que el escéptico profesional mete por la puerta, huya por la ventana ante una humanidad innegable.
Escribo demasiado, así que cierro con la parte que antecede y la que sigue a la cita de apertura:
Es fácil ignorar una teoría demencial riéndose de ella, lo que anula automáticamente todo intento por comprender las motivaciones del hombre que la ideó (...) El tamborilero que es diferente a veces marca un ritmo fructífero.
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