domingo, 2 de marzo de 2008

Fue leyenda

Pasó el tiempo, charlé con amigos que la vieron, forcé a mi novia a leer el libro, así que ahora estoy preparado para hablar sobre Soy Leyenda, la última versión cinematográfica.
Hagamos un poco de autobiografía para ver dónde me paro.
The Omega Man, con Charlton Heston, era una de mis pelis favoritas cuando era niño. Me fascinaba el héroe solitario en un mundo post-apocalíptico, peleando con violencia por su vida... Entonces, leí el libro...
Matheson, viejo lobo de Hollywood, hizo un libro de esos que atrapan y esconden en el formato del entertainment algo tan profundo que cuando te pega, te cambia.
Te lleva de la nariz haciéndote vivir la vida de Neville desde una profunda identificación. Una desesperante identificación, diría.
Uno está en la mente del último tipo en el planeta y hay vampiros por todos lados...
Hasta que uno descubre, junto con Neville, que...
Pero no nos adelantemos.
En la película encontramos muchos aciertos: llevar la acción a Nueva York, una metrópolis que uno conoce como si fuera la propia, no importa dónde viva, favorece al extrañamiento del relato.
En su primera parte, todo transcurre de un modo impecable. Vemos a Neville aferrándose a una rutina infernal para no enloquecer. Vemos que existe una amenaza, que el último hombre sobre la tierra no está solo... Algo lo hace temblar cuando llega la noche.
Y vamos de la nariz hasta que Sam se mete donde no debe. En una de las escenas mejor logradas que recuerde, Will Smith y Francis Lawrence nos hacen sentir lo que Neville siente. Impecable.
Aparecen los monstruos. No son vampiros, pero importa poco. Son terroríficos.
Pero, a partir de ahí, la peli se vuelve un show de violencia al estilo The Omega Man y todo lo que se había logrado, se pierde.
Hay tiempo para una joyita más, en el punto de quiebre: Neville captura un bicho y el "malo" hace su aparición, exponiéndose al sol que lo hiere por un tiempo que se nota insoportablemente doloroso. Yo, como espectador, veo que hay algo más que simplemente masoquismo en esa actitud. Algo que todavía no se sabe qué es. Pero Neville, personaje, no lo nota: él lo ve y lo describe explícitamente como un síntoma de la absoluta degradación de ese-que-había-sido-humano. Un apunte interesante de guión que nos da la pauta de la subjetividad en que se mueve el personaje (aunque mi amiga Lucrecia insiste que es mi buena voluntad de ver cosas interesantes donde no las hay).
Sigue habiendo momentos de muy buena factura, como la emboscada que le tienden a Neville y posterior muerte de Sam, pero ya estamos en una vertiente de heroicidad desbocada, con masacres bien Hollywood (aprendidas de Hong Kong, pero ese es otro tema).
Y así, por el camino del adocenamiento, llegamos al final. Un final que no sólo invierte el sentido del libro, sino que le agrega un componente místico innecesario y opuesto al firme realismo de toda la película hasta ese momento.
Con una vuelta de tuerca calcada de Señales de Shyamalan (que correspondía a un contexto totalmente diferente, ya que en ese caso el film se construyó para ese final), todo "cierra" y, la pose crística del final de The Omega Man, con Charlton Heston muriendo con sus brazos en cruz (referencia que ya comenté en mi entrada 700), se transforma en una auténtica creación de un dogma mesiánico, la Leyenda, de generaciones humanas futuras. No es un Soy Leyenda, es un El fue Leyenda.
En este punto, yo lloraba en los títulos y mi novia decía que "que buena peli, lástima el final"...
Uno puede perdonar el juego medio pavo de escuchar a Marley (Leyenda) toda la peli, pero no que transformen todo en un mensaje místico rastafari.
Siguiente paso, darle el libro a Natalia, para que entendiera que mi decepción no era de jodido nomás.
Esa fue una experiencia interesante. Ya tengo nebuloso el efecto de mi primera lectura de la novela, así que ver las reacciones de otra persona desde bastante cerca me mostró que no estaba tan equivocado.
El punto cúlmine fue cuando por MSN mi novia me dice que está llorando, le pregunté por qué y me dijo que porque se murió el perro... Pensé que el perro de ella, allá en su casa de Bogotá, pero no, era el perro de la novela, en el capítulo que recuerdo como más triste que haya leído (sí, incluyendo el capítulo final de El Principito). Creo que lloré cada vez que lo leí, pero está hecho por un maestro en manipular lectores/espectadores.
Sólo queda dar gracias a George Romero por haber al menos rescatado el espíritu de esta pequeña joya literaria en su obra cinematográfica.