Ego ex machina

(Publicado originalmente en la página de ciencia ficción y fantasía NGC 3660)

La palabra justa.

Un gesto exagerado y sus neuroterminales chirrían de data que fluye a su consciencia como un huracán. Debería subir el umbral de seguridad para dejar un flujo menos cercano al punto de saturación, pero no puede, ni lo desea, cuando la desesperación le corroe las tripas.
Tiene que ordenar sus pensamientos o la marea de gugles simplemente lo va a tapar.
La palabra justa. Esa es su obsesión y la transmite subliminalmente al motor de búsqueda.
Le puede surgir en una inspiración momentánea o llevarle horas o días de búsqueda insomne. Tiempo que no puede o no sabe calcular.
Como ahora, sin noción de cuantas vueltas ya le dio a lo mismo: encontrar la frase final, excelsa, para vender una nueva línea de virtuosensores. Un jingle, casi.
Eso lo atormenta aún más. Saber que su angustia, el fruto de su desesperación, sólo sirve para que el dinero cambie de manos, de algún incauto que creerá en la veracidad de su construcción verbal a los hijos de puta que lo contratan.
Siente en sus hombros una eternidad de lidiar con esto. Las pastas y la suprarrealidad son un cóctel que distorsiona el sentido temporal. Distorsiona todo.
No recuerda cuando durmió por última vez. Ella es la que recuerda esas cosas. Los sueños.
Piensa en acercarse a ella, pero un escalofrío lo recorre. Nada peor que el desfasaje entre los dos. Ella vive en otro ritmo. Los minutos de ella son las horas de él. Siempre. ¿Cuánto tiempo lleva sin desconectarse de la suprarrealidad y sin estimulantes corriéndole por las venas? ¿Cuándo sintió el mundo al desnudo por última vez?
Recuerdos. Ella es la que recuerda, no él.
Trata de despejarse, de buscar la palabra que sigue, pero no puede. Sale al jardín de la casa. Verde, flores, el Muro.
Viven bien, pero no tienen el dinero suficiente para estar en el centro de la urbanización. El Muro limita su jardín.
Apoya la frente sobre el frío cemento y piensa en los olores. Ella también es la que huele. Él siempre tiene problemas con el olfato en lo que escribe. Ahora en el jardín, no siente el olor de nada. Tiene que desconectarse, tiene que bajar, para oler.
Al otro lado del Muro, la vida. A pesar de su condicionamiento desde que nació, no puede dejar de pensar que los villas son los que viven; que ellos, los privilegiados, no tienen más que un simulacro.
El alto muro sembrado de sistemas de vigilancia automatizados, alambre electrificado, emisores de pulsos electromagnéticos y superfluos guardias armados (¿humanos, tal vez?) es lo único que lo separa de la vida real.
Y ella...
Tiene que contenerse para no correr a buscarla. Sabe que es muy probable que ella le de la clave para resolver el asunto, pero no quiere.
Se siente dependiente, inútil, impotente.
Golpea el muro con el puño. Cree que siente dolor, pero no está seguro.
Vuelve al estudio, mirando ansiosamente la entrada de la habitación donde ella está conectada a su propio virtomundo. Lo imagina muy diferente al suyo. Porque ella recuerda.
Él sabe que la ama. Siente pasión, dentro de su confusión. Disfruta del recuerdo de los dos haciendo el amor.
¿Recuerdo? Ella es la que recuerda a los dos amándose. Él recuerda a ella recordándolo. Contándolo para los dos, con lujo de detalles, incluyendo los olores de los cuerpos.
Hacer el amor y oler son dos cosas que lo confunden. No los siente como experiencias propias, sólo a través de ella, de los recuerdos y relatos de ella.
La palabra justa, esa es su tarea, su vida. No ella.
Piensa en los jardines que ella le describe, tan diferentes al que él vive. Surge la imagen de la rosa y el rocío. Un cliché, pero efectivo. Es la imagen que resume la alta definición, naturalidad y frescura que se busca transmitir en esta nueva campaña de virtuosensores, con una sutil indicación de las nuevas capacidades olfativas, rudimentarias, del dispositivo.
Siente alivio. El suficiente como para ir hacia la habitación de ella.
La ve conectada a sus virtuosensores, como durmiendo.
Le toca el hombro y ella se quita las gafas. Lo mira.
La angustia vuelve a él. Otra vez siente que los ojos que lo miran no son los de ella, como si un espíritu la hubiera poseído. Pero ella está ahí y de nuevo, indirectamente, sabe que fue la que lo llevó a resolver su problema.
La palabra justa para ella es...
"Ella es..."

– ¡Una artista! Eso es lo que sos – le dice Daniel a Clara sacándose el casco de la neuroterminal, – Lo tenés al borde de la psicosis y creando todo el tiempo.
Clara le sonríe, mientras guarda el casco al lado de la cama que los dos comparten desnudos.
– No seas exagerado. Buena mano con los sistemas expertos, nada más.
Daniel se levanta y empieza a vestirse.
– Esa buena mano te va a llevar lejos. La agencia quiere contratarte en exclusiva, por el doble de lo que te pagamos ahora.
Clara levanta las cejas y se lleva una mano a la boca abierta, en un gesto de sorpresa.
– No me lo esperaba...
Daniel se pasa la polera por la cabeza y le sonríe con la mitad de la boca.
– Sí te lo esperabas. No sos boluda.
Ella se sonroja y baja la vista.
– Bueno, esperaba una exclusiva en otra cosa con vos...
Él deja de abrocharse el cinturón y la mira unos segundos. Suelta una carcajada.
– ¡No querida! Podés manipular sistemas expertos y a algún nabo. No a mi. Yo manejo masas... Y psicópatas útiles como vos. Entre gitanos no nos vamos a leer las cartas.
Clara se ríe y se levanta de la cama. Lo besa.
– Dejame pensarlo.
– Ya lo pensaste. Vas a aceptar.
Se separan y Daniel camina hacia la puerta. Clara lo mira sonriente.
– Por lo menos dejame mantener las apariencias, Daniel.
Él se ríe y le sopla un beso. La puerta se cierra.
Clara suspira y se mira en el espejo que tiene frente a la cama.
– Claro que sí voy a aceptar. Total, siempre podemos engañarlo, ¿no?
Guiña un ojo a la imagen reflejada y se pone a hacer la cama.

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