A la vuelta de la esquina de un salto para atrás en mi ciudad, hacia un modelo bastante retrógrado, disfrazado de eficiente, me parece un buen momento para compartir un trabajo en el que estuve involucrado el año pasado, sobre el progreso urbanístico en Buenos Aires.
Hace mucho tiempo que me preocupa bastante como el fenómeno de los countries y barrios privados o simplemente exclusivos (y exclusivistas) impacta en el entramado social en que vivo.
Están empezando a surgir las primeras generaciones formadas en espacios de exclusividad, vedados a interacciones no utilitarias con miembros de otros espacios. Chicos que se criaron no sólo en colegios privados, sólo en contacto con otros chicos de su mismo nivel socio-económico, si no directamente en esta suerte de guetos para pudientes, tal vez con la misma clase de mentalidad sectaria que ya vimos históricamente surgir en los guetos usualmente pobres.
Por supuesto, la violencia será más sutil o disimulada, pero el quiebre con el resto de la sociedad no menos marcado.
No se, algo me suena terriblemente mal cuando miro para atrás y recuerdo mi propia educación estatal, de clase media, pero en contacto con gente de todo tipo, con la inclusividad como objetivo (nada de "colegio exclusivo, de nivel", como propalan los avisos para atraer clientes a dichos centros educativos. Ya desde el vamos: exclusivos y clientes, nada más alejado del ideal de formación ciudadana...).
Recuerdo pasar la tarde chapoteando en el barro de un conventillo jugando a los autitos con mis amigos y al caer la noche besuquearme tímidamente con mi noviecita, hija de un gerente de una "empresa líder". Todos recibiendo la misma educación, en la escuela y en la calle. Unos irían a la pileta del club y otros a la Pelopincho de la terraza, pero todos compartíamos los mismos códigos. Todos nos reíamos de las mismas cosas. Amábamos y odiábamos de la misma manera.
Ahora, no se que va a pasar. No creo en los Apocalipsis de ningún tipo. A todo nos adaptamos, como individuos, como sociedad o como especie. Pero no dejo de sentir que algo muy importante se está perdiendo. Algo que era bien nuestro y bien bueno.
Les dejo el cortito La ciudad que huye, de Lucrecia Martel, con quien charlamos mucho de todo esto mientras hacíamos este y otro laburo que quedó inconcluso.
Disfrútenlo. Pero, más que nada, piénsenlo.
Arielo, es muy interesante. Me gustó el recurso de los muros, sostenido en toda la película, con el indicador de los metros que va subiendo. También las partecitas "cámara oculta" de la seguridad, siempre paranoide del afuera.
ResponderBorrar"Siempre hay muros, en toda sociedad..." -decía un ex director del Borda en una entrevista- "...para separar a los cuerdos de los locos. El punto es analizar la altura de esos muros, eso es lo que diferencia a las sociedades".
Quizás en el caso de nuestros barrios privados el largo y la cantidad de estos muros es proporcional a la distribución de la riqueza. En Johannesburgo ví muros altísimos en barrios privados, electrificados en su parte superior.
Acá en Argentina la distribución de la riqueza da algo así como 35:1 (el 10% que más gana, gana 35 veces más que el 10% que menos gana). ¿Cuánto dará en los países mas desarrollados? ¿Cómo serán sus muros sociales? Ya que estás leyendo sobre cálculo...
Creo que habría que hablar más de esos números, porque el terreno de los índices lo están ganado el PBI, la inflación y el rendimiento de no sé que bonos.
30 veces, Favio.
ResponderBorrarPor suerte, ese índice, lentamente y de forma casi casual, te diría, está bajando.
En los países desarrollados depende mucho del país. Te aseguro que no da lo mismo en Suecia que en USA.
Si te interesan los indicadores económico-sociales y su evolución en América Latina, podés bajarte sesudos reportes y extensas planillas de la CEPAL.