martes, 13 de febrero de 2007

Bandar

Al ponerse el sol en Bandar los guerreros suelen limpiar sus armas. Es el momento en que los ladrones y las putas empiezan a trabajar.
Bandar es una ciudad generosa con sus habitantes nocturnos. Ricos mercaderes de turbios negocios buscan el placer sin reparar en gastos, sus bolsillos llenos de oro que pronto cambiará de manos, algunas veces con su consentimiento y otras inadvertidamente.
Los guerreros que ese día no fueron heridos en batalla buscan el calor de las tabernas para olvidar por un momento eterno quienes son los que matan en Bandar, quienes los que mueren. Desesperadamente se hunden en el sopor y la euforia del vino y la cerveza, de las canciones y el baile, del amor y el olvido.
Por la noche en Bandar nadie parece tener familia, nadie parece tener patria, nadie parece sufrir y nadie parece amar.
Así llega el alba a Bandar. Las mujeres libres, cansadas de ofrecer su amor rentado, vuelven a sus habitaciones, sintiéndose sucias. Los mercaderes entran furtivamente a sus lujosos palacios odiando a sus esposas, que duermen soñando con nuevas chucherías que comprar o en poderosos esclavos amantes. Los guerreros hace rato que duermen sus borracheras, sin un céntimo en los bolsillos, enfrentando a sus peores enemigos dentro de su cabeza.
Sólo los ladrones de Bandar reciben alegres el amanecer, contando sus ganancias y fanfarroneando sus nuevas hazañas.
Durante el día, Bandar muestra su horrible cara al mundo. La basura en las calles de piedra se acumula sin plan y sin fin. Los soldados levantan de las calles a los últimos borrachos que yacen acurrucados en los rincones. Los escribas corruptos corren al refugio de sus mesas de trabajo. Los políticos infames comienzan a cuidar que nada cambie. Aparecen las esposas yendo al mercado, dónde los sirvientes de los mercaderes ofrecen las baratijas que jamás los harán ricos.
Bandar, como todas, se retuerce bajo la rutina.
Bandar existe.

Ariel
1996/7

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