domingo, 11 de febrero de 2007

Amigos

Homo homini lupus
Plauto

De mí sólo necesitan saber que vivo en Ville Noire y que tengo un amigo.
Mi amigo tiene un problema.
También tiene la solución: una espada forjada en una sola pieza en una ya olvidada aleación de plata, simple, de empuñadura en cruz, que no paricipó en ninguna batalla y es, sin embargo, responsable de muchas muertes.
Ahora la solución la tengo yo... Y todo es una cuestión de reflejos.
Apenas iluminado, este barrio es la decadencia. Un caos tridimensional de locas urbanizaciones sin razón, sin sentido.
Aquí, en noches como esta, en que el vaho asciende de las cloacas formando una niebla densa, casi pastosa, con jirones más atrevidos que llegan aferrándose a las paredes hasta los últimos pisos, el tiempo no pasa.
Aquí está mi amigo...
Lo siento...
Nos sentimos...
Nos buscamos...
Un callejón, una escalera, una columna. Asomo la cabeza. Niebla y sombras. Respiro varias veces y corro, salto una baranda y me aplasto contra el suelo. Siento su mirada, me percibe. Su instinto cazador lo trae hacia mí.
Me asomo sobre un muro. Presiento un movimiento al final de una calle a mi derecha. Ahora sólo hay sombras. Sabe donde estoy. Huele mi miedo.
Me levanto. La espada casi me resbala de la mano transpirada. Camino hacia la calle. Tres, cuatro pasos, corro un poco y me apoyo en la pared. No veo nada. Fuerzo el oído, trato de escuchar su respiración jadeante, excitado por la proximidad de la pieza. Las gotas de humedad condensándose en las cañerías, mi corazón acelerado... Vuelvo a respirar y se que él me oye.
Empuño la espada con las dos manos y piso algunos charcos hasta el centro de la calle. La niebla me envuelve los tobillos. Estoy casi paralizado. Está acá...
Salta sobre mí. Su olor acre llega primero. Los ojos rojos y fulgurantes son todo lo que veo. Escucho sus dientes desgarrando la carne de mi brazo izquierdo. Me doy cuenta de que estoy perdido. Llevo mi brazo derecho hacia atrás hasta que el metal toca mis muslos.
Un golpe elegante y firme.
La cabeza rueda por el pavimento y la masa peluda de su cuerpo cae sobre mí, apresándome contra el suelo.
Es extraña la sensación. Es como un abrazo cálido y húmedo. Una despedida...
Lloro. Estoy perdido.

Paso los días sin salir de mi casa. Espero. Una de estas noches, cuando mi brazo cicatrice, lo voy a sentir... Lo que mi amigo me describió. Ese dolor, esa anulación. Ese deseo de cazar... La suprema liberación...
Ahora el problema lo tengo yo... Y también la solución.
Pero no tengo un amigo.

Ariel
1988/9

3 comentarios: